Trayecto
de Formación en Docencia Universitaria.
MÓDULO
V: DISEÑO, PRÁCTICA Y REFLEXIÓN DE LA ENSEÑANZA
Docente
a cargo: Profesora Adriana Irene Ferraris.
-
Análisis de la
autobiografía, por Sofía Pelliza Macías.
Debo decir que elegí el análisis
de la autobiografía ya que, al momento de escribirla, algo, una fibra finita
dentro de mí empezó a moverse desde lejos y casi sin querer (porque no lo
buscaba en éste momento) me hizo develar espacios y replantear maneras,
metodologías y hasta la propia existencia. No sé si influye quizás la
cuarentena y esta extraña forma de introspección constante que nos propone
lentamente recorrer cada uno de los rincones de la casa en que vivimos (de la
que habitamos y la que nos habita), permitiéndonos caminar las grietas y
abrazar lentamente las heridas. Es claro que ello, la reflexión y la puesta en
cuerpo de la memoria y los cuestionamientos, refleja un privilegio del lugar
desde el que me encuentro hoy. Si bien las tareas virtuales, los intentos creativos
por hacer que el arte siga trascendiendo y el sinfín de conexiones en línea desde
despertar hasta dormir apabullan, tengo la posibilidad de vivir mi tiempo desde
una casa, caliente, con comida y mate, entendiendo que el día a día no es más
que un pasar de tiempo, cuando para otras, otros, otres es un destino
tristemente inevitable que duele y preocupa, y a su vez me lleva
a la búsqueda de lo esencial, la empatía, y la pretensión de la equidad
a través del amor solidario.
Para poder comenzar, es que me
propuse la relectura del primer trabajo correspondiente a la autobiografía. Al
momento de realizarla, recuerdo que tuve en cuenta la propuesta de Rebeca
Anijovich, de pensar a la autobiografía como ese vehículo que nos permite
restituir el pasado con la mirada puesta en el presente de quién habla. Esa
mirada es claramente parcial y subjetiva, pues se trata de uno mismo y de jugar
a socavar profundo, en mi caso. La autobiografía se tornó un espacio poético de
evocación, que sin querer iba “destapando” velos invisibles, como si de repente
las piezas del rompecabezas se ordenaran ante mis ojos con una extraña
claridad. Entrar en uno mismo implica egoísmo y recelo, porque, así como nos
regocijamos en los logros también debemos lamer las heridas para que no duelan
y nos permitan crear la cicatriz que nos recuerda de dónde venimos. Al analizar
lo escrito es que intento develar el sistema de escritura para poder tornarlo
verdaderamente significativo, y es así que el primer paso de ese sistema tiene
que ver con el capricho personal del hartazgo del currículum y la definición de
alguien a través de un papel, como si en un “título” se refugiaran las cáscaras
para enfrentar al mundo, pero bien sabemos que de la nuez lo más interesante es
la pulpa. Fue necesario pensar hacia adentro como en un caleidoscopio, donde
cada movimiento hacia el pasado brindaba una nueva perspectiva que se duplicaba
y generaba sus raíces y ramas.
La educación formal siempre fue un
campo en el que no presenté dificultad alguna, quizás por facilidad, por
costumbre o por defecto. Entonces, al proponerme pensar en los espacios
“significativos” (una palabra tan importante dentro del campo que nos convoca,
la educación) me llevó a desechar la escuela de mis recuerdos relevantes. No
con ello quiero decir no haber tenido docentes interesantes, pero algo me hizo
girar el volante a aquellos lugares donde presentí el verdadero aprendizaje.
Entender a la enseñanza como prácticas sociales, involucra la intencionalidad,
la subjetividad y las relaciones interpersonales entre docentes y estudiantes.
Tal como lo plantea el texto de sobre las prácticas docentes, por la Dra.
Gloria Edelstein, la educación plantea una asimetría inicial entre los
profesores y los estudiantes que, desde espacios jerárquicos, institucionales
nos ubica en posiciones diferentes entre quien “enseña” y quién “aprende”. Al
escribir, aquellos docentes que resultaron significativos en mi retrospección
fueron los que desdibujaron las líneas de diferencia entre docente y
estudiante, haciéndome sentir que podía pensar el camino de la
profesionalización en la vocación y en el campo aun siendo una niña. La
enseñanza como intervención establece la interrelación entre los sujetos, los
contenidos y los contextos o ámbitos. Quizás, los ámbitos de la informalidad
del sistema fueron los que contuvieron la necesidad de mí, como sujeto-aprendiz,
involucrándome en la idea de trabajo en equipo para la construcción de conocimientos
y saberes, en conjunto. Esa visión, la de generar los saberes de manera
conjunta, intercambiar y transitar las herramientas es la que hoy transito
cuando me paro frente al aula. En un principio, claramente fue de manera
intuitiva. Fueron mis madres del aprendizaje, las seños Viviana y Carla,
quiénes me introdujeron en la posibilidad de pensar la construcción de
conocimiento con otres. Refiero en un primer momento a lo intuitivo, ya que al
haberme graduado del secundario ambas apostaron a que continúe mi vocación artística,
formando desde las experiencias que ya tenía a mis pares. Esa formación, esa
confianza es la que ayuda a fortalecer al estudiante y a su vez lo lleva al
espacio reflexivo de entendimiento en que los caminos se vuelven
significativos. Me pienso hoy, dando clases. Me pienso deseando ser y hacer
docencia. Y lo entiendo como un acto de amor y de fe. Un acto de entrega que
implica despojarse de prejuicios para caminar en conjunto. Caminar de a varios,
varias, varies, que seguirán caminando. Me gusta pensar en los términos de
Rancière en el “maestro ignorante”, planteando que todos somos parte de una
misma estructura, de una misma construcción donde no hay que contribuir a distinguir
las desigualdades. No se necesitan maestros explicadores, más bien maestros
constructores. La construcción (re-construcción) entiendo debe ser recíproca,
cuestionando inclusive nuestros propios saberes en el campo o las disciplinas.
Pensar las experiencias, tanto las
buenas como las malas, como cicatrices que nos marcan senderos que elegimos
seguir me fue develando lentamente espacios que luego de escribir pude ver con
claridad. No es casual que justamente quiénes me marcaron (en su forma, sus
anhelos y la manera de vincularse con el otro) fueron mi maestra de canto y de actuación,
y que hoy, los espacios en los que me desempeño como docente son exactamente
esos, “Canto A” y “Actuación II”. Son cátedras en las que, al transitarlas como
estudiante, siempre reflexioné en el pasado y que hoy me sitúo en mi práxis en
una constante formación con semillas que forjé de niña y raíces que estas
docentes ayudaron a desarrollar. Docentes que hicieron su camino desde la
práctica y aprendiendo en conjunto. Me pienso desde la docencia hoy,
remitiéndome a la pregunta de Merieu de si ¿Se sabe por qué se escoge una
profesión?, y si bien al darle vueltas al asunto de la argumentación y al
renegar del propio deseo del artista por sobre el docente, entendí que mi profesión
e inclinación hacia la docencia se deben casualmente a esas mujeres significativas,
que desde el rol del artista-docente me enseñaron (en el sentido de mostrar y
descubrir) que se pueden aparejar los deseos con el aprendizaje entre vocación
y enseñanza. Y allí, es que aparece mi madre de sangre, dando la impronta de la
docencia como arma para cambiar el mundo. Mi mamá, la profe Marcela como muchos
la conocen, o la Dra. Macías como otros tantos la ven, encierra el germen de la
raíz que descubrí al observarme y saberme semilla de ese fruto.
Siempre admiré a mi mamá en su amor por la profesión, por el trabajo. Me
enseñó que las cosas deben hacerse honestamente y que la conciliación, la
escucha y el respeto son el camino para encontrarse mejor. Verla reinventarse,
con sus más de 25 años años de Docencia ininterrumpida, sinceramente me
emociona. Me emociona saber que fue la primera en preguntarme cómo podía hacer
para no dejar solxs a sus estudiantes; me conmueve saber que armó un canal de
youtube con todos los miedos que implica el propio registro para quien no está
acostumbrado. Me llena de orgullo cada vez que conozco a alguien, escuchar que
me diga "uy ella fue mí profe", "ella fue mí directora",
"cómo anda la profe Macías que siempre recuerdo con tanto cariño".
Docente de más de 25 generaciones.
Encontrarme hija de tres madrazas, que
me hicieron amar la educación y el conocimiento sólo me hace querer seguir en
el camino educando, sosteniendo pilares invisibles pero fuertes, que contienen
un sinfín de emociones con la creatividad en cada paso y el respeto y la
escucha como banderas. Siento la necesidad de acompañar a quiénes se descubren
en estos terrenos, brindándoles confianza, sobre todo, para creer en sí mismos
y desarrollar sus potencialidades y posibilidad. Quizás, si tengo suerte, me
permiten caminar con ellos.
El análisis, me llevó a escribir lo
siguiente, que ofrezco con total entrega a éste proceso tan hermoso y eterno,
del aprendizaje y la enseñanza.
Reverdecer:
Ser.
Ser semilla, raíz, brote, tallo, planta.
Ser fruto, flor, estío.
Ser esa brisa que desata la cadencia del domingo.
Ser ese rayo de luz intermitente en la ventana y propiciar encender en rojo
los corazones ígneos.
Florecer y permitir que florezcan, más nunca ser la espina en el camino.
Desnudar con cautela mundos de cáscaras duras y en suaves pulpas frescas, compartirlos.
Sostener y dibujar los puentes invisibles de saberes y conocimientos infinitos.
Alentar y encontrarse en el camino.
Reinventarse constantemente, como el dibujo que la arena dejó luego del
paso del mar frío.
Como el árbol en cada primavera
crecer dando cobijo, más no dejarse nunca morir.
Reverdecer.
Resignificarse.
Aprender.
Aprender a ser.
Aprender a amar.
Construir
Desear
Y en huellas de confianza, con profundo respeto y cariño, enseñar.
Sofía Pelliza Macías.
https://www.youtube.com/watch?v=iqyolo3q9YQ
(Vídeo
realizado como cierre del análisis de Autobiografía, en el rol docente de hoy)
Adjunto
aquí también, para complementar el análisis, la autobiografía sobre la que se
trabajó, fotografías, escritos externos:
Autobiografía
Escolar:
Intentar definirse o
hablar de uno mismo siempre me resulta extraño. Componer y acomodar un
“currículum” como si nuestra propia existencia se limitara a quedar plasmada en
trozos de papel que acrediten nuestros pasajes por la vida. Los aprendizajes
como bien vengo afianzando a lo largo de ésta última instancia de formación, si
no tienen carácter significativo no tienen un valor verdadero, aunque tengas un
título que así lo habilite.
Pensar en aprender y en
los trayectos y trayectorias siempre me retrotrae a las siestas de la infancia
y a mis padres, de los que siempre agradezco dos valores fundamentales: el
compromiso y la constancia. Si bien la escuela siempre fue algo fácil para mí
(amante de los libros, de las mandarinas al sol con “Anteojitos y Billikens”,
de las enciclopedias del mundo y los diccionarios de sinónimos y antónimos) mis
mayores aprendizajes y que signaron mi futuro fueron extra escolares. El arte
siempre estuvo presente en mi familia, pero la forma en que mis padres me
hicieron asumir las actividades (aunque haya empezado a los cuatro años) creo
que me marcaron para siempre. Siestas cargadas de danza, de teatro y de música.
Aprendí y terminé en la Escuela Municipal de Artes, Danzas Folclóricas y
Teatro. Integré desde los 7 años diversos coros. De los Coros recalco el
compromiso del trabajo en equipo, de que cada pieza es necesaria para que el
resultado sea óptimo. Gracias a los elencos viajé y conocí casi todo el país y
otros continentes, recordando con orgullo el saber distinguir una pieza barroca
de una renacentista, haber cantado en el Teatro Colón en dos oportunidades el
“Stabat Matter” de J. Pergolessi y llevar la obra a España, sintiéndome (con
apenas doce años) capaz de devorar el mundo.
Si bien, mis profesores
de éstas disciplinas fueron varios y desde diferentes enfoques proporcionaron
saberes, al día de hoy aún conservo lo que llamo mis dos amores. Dos madres de
arte que me hicieron entender y sentir que cada paso que uno quiera dar, lo
puede hacer si pisa fuerte. Mi “Seño” Viviana Bognar (en coro) y mi profe Carla
Navarro (en teatro en la secundaria). Ambas, me signaron con fuerza y
convicción en creer que el arte salva, que los deseos pueden ser trabajo y que
la formación empieza cuando uno quiere (sin pensar siquiera en la universidad).
Esas huellas (expresadas en palabras, en aliento, en abrazos, en música y en
escenarios) resultaron fundamentales para mi construcción del camino, inclusive
al día de hoy sabiéndolas mis fuentes de admiración y mis amigas que siguen
impulsando proyectos y amores en los espacios en que nos encontramos.
En el camino de la
actuación, encontré un padre y como con todo padre, uno siempre tiene
diferencias, pero entiende entre medio que es para aprender y llegar a buen
puerto. César Torres (mi director de elenco en el que estoy transitando el
noveno año) tiene la capacidad de hablar con sencillez de las cosas complejas y
hacerte aprender de poética, historia y estética a través de un relato. A veces
lo admiro mientras escucho cómo cuenta con vehemencia historias de nuestros
Caudillos o próceres casi como si él las hubiera vivido. Es que el teatro tiene
eso, la capacidad humana de reinventar los espacios y tiempos en carne propia,
y él duerme, come y vive teatro.
Hoy en día, me pienso
actriz, me pienso “Sofía”, me pienso amiga y sensible. Si bien los títulos de
grado, posgrado, cursos, premios y docencia se reflejan en esos “certificados”
que uno termina ordenando prefiero pensarme como aquellas obras en las que fui
feliz, como aquellos personajes que me costaron y me enriquecieron, como los
aplausos que me reviven al morir en escena. Me siento como esos rayos de sol
que se filtraban por la ventana del “Solar Vera Vallejos” donde cantaba los
lunes, miércoles y viernes de cada semana cuando niña. Hoy soy los Encuentros
juveniles de teatro en que reciclábamos papeles para convertirlos en los
muebles más finos de una casa antigua. Llevo conmigo cada palabra, cada
experiencia intentando acompañar a quiénes me toca desde éste lugar de empatía
y entendimiento, brindando todas las herramientas que conozca para intentar que
descubran sus deseos y afronten sus miedos. Y que finalmente sepan, que el
camino que se transita con pasión y humanidad es el que nos conforma
profesionalmente más allá de lo que exprese un “papelito”.
-Sofía Renée
Pelliza Macías.
(“La Sofi”)
Fotografías:
César Torres, Director de la Comedia de la Provincia de la cual soy parte hace casi 10 años, formándome allí como actriz.
Mi Profe Carla Navarro, a quién le escribí lo siguiente hace unos años al acudir al Encuentro Juvenil de Teatro, como espectadora, en 2018
“Ayer tuve la oportunidad de reencontrarme con un espacio que me hizo muy feliz en mi adolescencia. XX Encuentro Juvenil de Teatro. Y recordé los pasillos, y recordé las obras, y caminé los amores y recordé los nervios. Y rememoré toda la pasión casi infantil teñida de responsabilidad adulta con la que desempeñábamos cada uno de los espacios que habitábamos. Y removí y reviví historia. Y ví la historia en los cuerpos de otros, de otres, que con ilusiones y mucha expectativa llevan adelante la experiencia como si no hubiera un motor más allá de ésta semana. Y vaya que no lo hay...porque cada instante en aquel patio histórico del "Colegio Nacional", en aquellas tablas de la sala Dardo de la Vega Díaz, en cada palabra de ELLA es inevitable e irrepetible. Y así la recuerdo, hermosa y apasionada, ayudando y dando aliento tras bambalinas confiando en cada propuesta de aquellos nosotros tan inseguros pero contenidos por su fuerza, por su talento, por su docencia, por esa calidez que nos lleva a llamarla "mami Charly". Cuánto te quiero y te admiro, Carla Navarro. Gracias por darme, por darnos a más de veinte generaciones, la confianza suficiente para sentir y saber que el teatro, desde niño, puede ser una profesión.”
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