¿Por qué hoy
no es posible la revolución?
Para descifrar la alta estabilidad del sistema de
dominación liberal hay que entender cómo funcionan los actuales mecanismos de
poder. El comunismo como mercancía es el fin de la revolución
Cuando hace un año debatí con Antonio Negri en el
Berliner Schaubühne, tuvo lugar un enfrentamiento entre dos críticas del
capitalismo. Negri estaba entusiasmado con la idea de la resistencia global
al empire, al sistema de dominación neoliberal. Se presentó como
revolucionario comunista y se denominaba a sí mismo profesor escéptico. Con
énfasis conjuraba a la multitud, la masa interconectada de protesta y
revolución, a la que confiaba la tarea de derrocar al empire.La posición
del comunista revolucionario me pareció muy ingenua y alejada de la realidad.
Por ello intenté explicarle a Negri por qué las revoluciones ya no son
posibles.
¿Por qué el régimen de dominación neoliberal es tan
estable? ¿Por qué hay tan poca resistencia? ¿Por qué toda resistencia se
desvanece tan rápido? ¿Por qué ya no es posible la revolución a pesar del
creciente abismo entre ricos y pobres? Para explicar esto es necesario una
comprensión adecuada de cómo funcionan hoy el poder y la dominación.
Quien pretenda establecer un sistema de dominación
debe eliminar resistencias. Esto es cierto también para el sistema de
dominación neoliberal. La instauración de un nuevo sistema requiere un poder
que se impone con frecuencia a través de la violencia. Pero este poder no es
idéntico al que estabiliza el sistema por dentro. Es sabido que Margaret
Thatcher trataba a los sindicatos como “el enemigo interior” y les combatía de
forma agresiva. La intervención violenta para imponer la agenda neoliberal no
tiene nada que ver con el poder estabilizador del sistema.
El poder estabilizador de la sociedad disciplinaria
e industrial era represivo. Los propietarios de las fábricas explotaban de
forma brutal a los trabajadores industriales, lo que daba lugar a protestas y
resistencias. En ese sistema represivo son visibles tanto la opresión como los
opresores. Hay un oponente concreto, un enemigo visible frente al que tiene
sentido la resistencia.
El carácter estabilizador del sistema ya no es
represor, sino seductor; es decir, cautivador
El sistema de dominación neoliberal está
estructurado de una forma totalmente distinta. El poder estabilizador del
sistema ya no es represor, sino seductor, es decir, cautivador. Ya no es tan
visible como en el régimen disciplinario. No hay un oponente, un enemigo que
oprime la libertad ante el que fuera posible la resistencia. El neoliberalismo
convierte al trabajador oprimido en empresario, en empleador de sí mismo. Hoy
cada uno es un trabajador que se explota a sí mismo en su propia empresa. Cada
uno es amo y esclavo en una persona. También la lucha de clases se convierte en
una lucha interna consigo mismo: el que fracasa se culpa a sí mismo y se
avergüenza. Uno se cuestiona a sí mismo, no a la sociedad.
Es ineficiente el poder disciplinario que con gran
esfuerzo encorseta a los hombres de forma violenta con sus preceptos y
prohibiciones. Es esencialmente más eficiente la técnica de poder que se
preocupa de que los hombres por sí mismos se sometan al entramado de
dominación. Su particular eficiencia reside en que no funciona a través de la prohibición
y la sustracción, sino a través del deleite y la realización. En lugar de
generar hombres obedientes, pretende hacerlos dependientes. Esta lógica de la
eficiencia es válida también para la vigilancia. En los años ochenta, se
protestó de forma muy enérgica contra el censo demográfico. Incluso los
estudiantes salieron a la calle. Desde la perspectiva actual, los datos
necesarios como oficio, diploma escolar o distancia del puesto de trabajo
suenan ridículos. Era una época en la que se creía tener enfrente al Estado
como instancia de dominación que arrebataba información a los ciudadanos en
contra de su voluntad. Hace tiempo que esta época quedó atrás. Hoy nos
desnudamos de forma voluntaria. Es precisamente este sentimiento de libertad el
que hace imposible cualquier protesta. La libre iluminación y el libre
desnudamiento propios siguen la misma lógica de la eficiencia que la libre
autoexplotación. ¿Contra qué protestar? ¿Contra uno mismo?
Es importante distinguir entre el poder que impone
y el que estabiliza. El poder estabilizador adquiere hoy una forma
amable, smart, y así se hace invisible e inatacable. El sujeto
sometido no es ni siquiera consciente de su sometimiento. Se cree libre. Esta
técnica de dominación neutraliza la resistencia de una forma muy efectiva. La
dominación que somete y ataca la libertad no es estable. Por ello el régimen
neoliberal es tan estable, se inmuniza contra toda resistencia porque hace uso
de la libertad, en lugar de someterla. La opresión de la libertad genera de inmediato
resistencia. En cambio, no sucede así con la explotación con la libertad.
Después de la crisis asiática, Corea del Sur estaba paralizada. Entonces llegó
el FMI y concedió crédito a los coreanos. Para ello, el Gobierno tuvo que
imponer la agenda liberal con violencia contra las protestas. Hoy apenas hay
resistencia en Corea del Sur. Al contrario, predomina un gran conformismo y
consenso con depresiones y síndrome de Burnout. Hoy Corea del Sur tiene la tasa
de suicidio más alta del mundo. Uno emplea violencia contra sí mismo, en lugar
de querer cambiar la sociedad. La agresión hacia el exterior que tendría como
resultado una revolución cede ante la autoagresión.
Cada uno es amo y esclavo. La lucha de clases se
convierte en una lucha interna, consigo mismo
Hoy no hay ninguna multitud cooperante,
interconectada, capaz de convertirse en una masa protestante y revolucionaria
global. Por el contrario, la soledad del autoempleado aislado, separado,
constituye el modo de producción presente. Antes, los empresarios competían
entre sí. Sin embargo, dentro de la empresa era posible una solidaridad. Hoy
compiten todos contra todos, también dentro de la empresa. La competencia total
conlleva un enorme aumento de la productividad, pero destruye la solidaridad y
el sentido de comunidad. No se forma una masa revolucionaria con individuos
agotados, depresivos, aislados.
No es posible explicar el neoliberalismo de un modo
marxista. En el neoliberalismo no tiene lugar ni siquiera la “enajenación”
respecto del trabajo. Hoy nos volcamos con euforia en el trabajo hasta el
síndrome de Burnout [fatiga crónica, ineficacia]. El primer nivel del síndrome
es la euforia. Síndrome de Burnout y revolución se excluyen mutuamente. Así, es
un error pensar que la multitud derroca al empire parasitario e
instaura la sociedad comunista.
¿Y qué pasa hoy con el comunismo? Constantemente se
evocan el sharing (compartir) y la comunidad. La economía del sharing ha
de suceder a la economía de la propiedad y la posesión. Sharing is caring, [compartir
es cuidar], dice la máxima de la empresa Circler en la nueva novela de Dave
Eggers, The Circle. Los adoquines que conforman el camino hacia la
central de la empresa Circler contienen máximas como “buscad la comunidad” o
“involucraos”. Cuidar es matar, debería decir la máxima de Circler. Es un error
pensar que la economía del compartir, como afirma Jeremy Rifkin en su libro más
reciente La sociedad del coste marginal nulo, anuncia el fin del
capitalismo, una sociedad global, con orientación comunitaria, en la que
compartir tiene más valor que poseer. Todo lo contrario: la economía del
compartir conduce en última instancia a la comercialización total de la vida.
El cambio, celebrado por Rifkin, que va de la
posesión al “acceso” no nos libera del capitalismo. Quien no posee dinero,
tampoco tiene acceso al sharing. También en la época del acceso
seguimos viviendo en el Bannoptikum, un dispositivo de exclusión, en
el que los que no tienen dinero quedan excluidos. Airbnb, el mercado
comunitario que convierte cada casa en hotel, rentabiliza incluso la
hospitalidad. La ideología de la comunidad o de lo común realizado en
colaboración lleva a la capitalización total de la comunidad. Ya no es posible
la amabilidad desinteresada. En una sociedad de recíproca valoración también se
comercializa la amabilidad. Uno se hace amable para recibir mejores
valoraciones. También en la economía basada en la colaboración predomina la
dura lógica del capitalismo. De forma paradójica, en este bello “compartir”
nadie da nada voluntariamente. El capitalismo llega a su plenitud en el momento
en que el comunismo se vende como mercancía. El comunismo como mercancía: esto
es el fin de la revolución.
Byung-Chun Han es filósofo.
Traducción de Alfredo Bergés.
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