Por Adriana Irene Ferraris [i]
Entrando
a un aula de dimensiones estrechas me encuentro con todos los y las estudiantes
futuros y futuras docentes sentados mirando al frente en filas de dos,
bastantes amontonados. Diría mejor que muy amontonados, dejando siempre un
amplio espacio en el frente.
― ¿Por qué me dejan tanto espacio adelante para
mí sola?, era la pregunta con la que por lo general iniciaba todas mis
primeras clases al verles tan compactados, mientras yo contaba con un amplio
espacio al frente.
Cualquier
persona que fue a la escuela alguna vez (y por suerte en nuestro país todo el
mundo lo hizo) toma esa situación como algo totalmente natural. Es más, casi no
repara en esa distribución del mobiliario en el espacio y si estuviesen
ordenados los bancos de otra manera seguramente pensaría que están
desacomodados, alterados, en fin “un desorden
esta aula” (¡y por lo tanto también esta
escuela! ¡¡Ohhh!!)
En
cambio, desde la perspectiva de Paulo Freire, ese “orden” esperado responde a una concepción bancaria de la educación. El maestro o la maestra es el poseedor
del saber y debe traspasárselo a los y las estudiantes, que deben prestar
atención a todo lo que dice, y así acceder al “verdadero” conocimiento. Indudablemente nuestra forma de enseñar
tiene sus raíces en la educación normalista y positivista.
A
diferencia de esto, en la educación humanista de Paulo Freire las aulas se convierten
en espacios de participación activa de estudiantes. Lo primero que planteamos
entonces son formas de trabajar conociéndonos como personas, considerando que
todas y todos tenemos diferentes experiencias de vida y, por lo tanto, diferentes
saberes. Que es en el intercambio de esos saberes, en la reflexión crítica
sobre ellos, como construiremos conjuntamente mejores saberes. Así, por medio
de la implementación de formas de trabajo participativo, la interacción, la
deliberación, el debate y la creatividad de todos, se van construyendo
participativamente los conocimientos.
En nuestras escuelas de educación formal hay bastante resistencia a la implementación de estas formas de trabajo. En muchos espacios no formales de educación, estas formas no son tan mal vistas. Jugar para conocerse más, aprender haciendo dramatizaciones de las situaciones, aplicando metodologías que permitan el trabajo individual, en pequeños grupos, en paneles, en asambleas deliberativas, no es una forma que la escuela acepte demasiado.
Cuando al comienzo de mis clases les hacía romper filas, cuando les proponía hacer una ronda o trabajar con un grupo con el que no estaban acostumbrados a trabajar, de los que no eran muy “amigos” (capaz que simplemente porque no se habían sentado cerca nunca o porque no se tenían mucha confianza), siempre había una gran resistencia a hacerlo. Después, con el avance de las clases ellos y ellas mismas me pedían “una dinámica profe”, o “¿qué dinámica vamos a hacer hoy?”, me preguntaban.
Sí, la
implementación de metodologías participativas en la educación formal ha tenido
mucha resistencia en la historia de la educación latinoamericana. La escuela se
constituye en un lugar cerrado, disciplinante, de control. Son concepciones muy
opuestas de la vida, la humanidad, la razón de ser de las personas.
Partiendo de la base de la necesidad de brindar experiencias que permitan acercar a los y las estudiantes a una continua reflexión sobre su propia realidad y la de su comunidad, de encontrar el sentido de la educación en relación a su propio contexto social, mis clases se basan en la pedagogía popular de Paulo Freire.
La
idea central, siguiendo sus postulados, es construir herramientas que permitan
que se vivencie una experiencia educativa diferente, que prepare para ejercer
una ciudadanía crítica, activa, responsable y con personas creativas y
participativas.
Sintetizando
lo principal podríamos decir que esta concepción freiriana, busca una educación
que:
Nos ayude a ser más humanos, y por lo tanto a
buscar en forma permanente la libertad y la expresión. Lo que Freire llamó una
“educación humanística y liberadora”.
Que por lo tanto estimule la creatividad, la
participación y la reflexión.
Que ayude a comprender el mundo, desmitificando
constantemente la realidad para que los y las estudiantes puedan seguir
recreándola, transformándola…
Una educación que refuerce nuestras acciones
sobre el mundo, que nos reconozca como seres inacabados en proceso permanente.
Una educación donde el diálogo sea el eje
principal de los aprendizajes y las relaciones son tanto con docentes como con
pares multilaterales.
Una educación “revolucionaria” que apueste a los cambios que creamos que son
necesarios realizar. Que no excluya, a nadie, sino que incluya a todos y todas para
que seamos verdaderamente humanos.
En una
educación basada desde esta perspectiva, el hecho que los y las estudiantes sean
docentes en formación, apunta a que las experiencias vividas en el trayecto
formativo constituyan en sí mismas, una experiencia formadora, que podrán ser
desarrolladas en las prácticas educativas e instituciones donde se desempeñen en
el futuro.
Esa educación, es lo que Paulo Freire llamó educación “problematizadora”, y es en la que los
estudiantes puedan ir desarrollando todos sus potenciales, junto a los otros, no de los
otros.
La formación y la capacitación de docentes en
ejercicio puede ser humanista y liberadora, puede contribuir a la construcción
colectiva del saber y un proyecto de vida propio y autónomo. Hay experiencias
que comprueban que esto no solo es posible, sino que es necesario que las realicemos
permanentemente. En la certeza que la construcción de un mundo más habitable y
más humano es posible, y que la escuela es el espacio público por excelencia
para lograrlo.
[i] Profesora
de Educación Primaria, Lic en Educación y en Trabajo Social, Especialista en
Pedagogía de la Formación, docente jubilada del ISFD Dr. Pedro Ignacio de
Castro Barros de la Ciudad de La Rioja.
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