Trabajos para una sociedad justa, incluyente, democrática y participativa

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martes, 6 de mayo de 2014

Muchas preguntas sobre la autoridad, las agresiones, la obediencia y la formación de los maestros en nuestra ciudad

Sin respuesta todavía

Por Adriana Irene Ferraris
La Rioja
Abril de 2014
¿Qué se hace cuándo las autoridades reprimen a los jóvenes para que dejen de “molestar” con sus reclamos?
Tanto para los padres como para los docentes y para los futuros docentes una de las cuestiones que más nos preocupan y ocupan es el tema de la autoridad. “Los niños y los jóvenes de hoy son difíciles de mantener disciplinados y no se puede dar clases normalmente” dicen muchos. Por eso trabajamos mucho desde la formación de maestros sobre ese problema, que es además uno de los puntos por los que somos más cuestionados por la comunidad.
Los futuros docentes ya saben que no hay autoridad sin legitimidad, esto es el reconocimiento de la validez de la orden por parte del que está bajo nuestro cuidado (y no bajo nuestro pie). También sabemos que los gritos y castigos son contraproducentes y que aunque nos salgan esos modelos de actuar, que tenemos profundamente incorporados, trabajamos para cambiarlos. Los pibes nos dan bola solo cuando saben que lo que decimos es porque los queremos y queremos algo para su propio bien.
Pero qué se hace si en las puertas de un edificio en donde se forman docentes y se debaten estos temas, las futuras maestras son golpeadas, pateadas, degradadas y tratadas como inhumanas, para luego ser exhortadas a continuar estudiando allí, con las mismas faltas de condiciones, si es que no quieren quedar “libres”, perder el año y la posibilidad de recibirse y todos los bla, bla, bla que dan los supuestos adultos responsables. Entonces: ¿Qué se hace?
¿Qué se hace cuando en la puerta de un establecimiento educativo se violan los derechos elementales de las personas? Aquellos derechos humanos que están en la Constitución y que parece que no los conocemos o recordamos.
 “Yo obedezco las órdenes de la autoridad, ¿usted que es docente, no acata órdenes?” me dijo el señor que recibe las denuncias y me quería hacer firmar una copia que no me podía entregar “por orden de mi superior”. ¿Qué se hace entonces cuando los organismos encargados de que se haga justicia no nos puede dar información de cuáles son nuestros derechos y obligaciones y se nos hace firmar con engaños porque así lo “ordenó” la autoridad y los empleados no conocen la ley y solo “acatan órdenes”? A los estudiantes les dicen que no pueden denunciar porque corresponde a la dimensión privada las amenazas, aprietes, malos tratos e injurias que reciben de los policías y autoridades, ni la presión, calumnias, falsedades, difamaciones e injurias de muchos de los medios de comunicación. Yo como docente, acato lo que me dice la ley, y la autoridad es responsable de hacérmela acatar y acatarla igual que yo. En un Estado de Derecho se supone que ser autoridad no implica que los que están bajo mi responsabilidad tienen hacer lo que a mí se me ocurre, sino que soy responsable de que se cumplan las funciones y finalidades institucionales que están escritas en la ley. ¿De dónde sale la idea que cuando soy autoridad puedo hacer que los otros hagan lo que a mí me parece, aunque sea arbitrario e injusto y la ley lo prohíba? ¿Será un anacronismo represivo formado en los tiempos del por algunos parece que añorado… “proceso”?
¿Qué se hace cuando los organismos del estado que tienen que actuar de oficio, no lo hacen, y se quedan esperando que se presenten denuncias por nota firmada (que después los empleados no las reciben diciendo que no se pueden hacer) para que te paralices, porque las represalias a los que ponen la cara después son más crueles, y “no sabés lo que son capaces de hacer estos”? ¿Qué se hace cuando los jueces toman en cuenta las denuncias realizadas por comerciantes presionados por la policía a firmarlas e ignora los reclamos de los futuros docentes?
¿Qué se hace cuando se trabaja durante años en condiciones de hacinamiento y sin los recursos básicos para aprender y se te ponen a hablar “de todo lo que hicieron” con términos altamente técnico-pedagógicos que nadie entiende de que se está hablando, pero que si entendemos que no tiene nada que ver con lo que se tiene que hablar? Y leo a los psicólogos laborales que explican todas las enfermedades y riesgos de enseñar sin condiciones de enseñanza y me digo “con razón me pasaba esto”. Yo creía que era porque vine mal estructurada de nacimiento y no me adapto a la realidad.
¿Qué haces entonces, cuando no te dan respuesta al reclamo de utilizar un espacio que era tuyo pero que ahora “ya no se puede, porque no”, aunque vos veas con tus propios ojos que allí hay actividades que nada tienen que ver con los propósitos que dicen que tiene y más tiene que ver con los anacrónicos proyectos de la pasada década neoliberal del mercado, y que hay mucho espacio en muy buenas condiciones, pero omiten hablar de ello y de dar explicaciones legales, lógicas, históricas, sociales, comerciales o de algún otro tipo?
Todavía creen que nos tenemos que sentir culpables por todo lo que nos pasó, y pensamos que hicimos algo mal, porque los estudiantes son caprichosos y rebeldes, o porque los docentes no fuimos con una contrapropuesta o no mandamos la información cuando tenía que mandarse, o porque lo que sea que sea.
— ¡Eh! ¡Oiga! ¡Usted! ¡No politice la defensa de los Derechos Humanos! Exclamó el portavoz de la autoridad política.
Y me pregunto: ¿cómo desenseño lo enseñado? Porque les enseñe a los futuros maestros que el maestro tiene el poder de incluir o excluir a sus alumnos, y  que debe ejercer su autoridad para garantizar que todos se integren y que como ciudadanos de este país sepan vivir en democracia, participen y fomenten la participación ciudadana en las decisiones que se toman en todos los ámbitos de la vida. Les enseñé que por sobre todo tenemos que integrar a los que menos tienen tal como lo expresa la Ley, y es el deseo de todos (o por lo menos de la mayoría). Les enseñé que emprender acciones para que ello ocurra, era un acto didáctico, pero también y sobre todo, un acto intencionado hacia determinados valores y finalidades, y por lo tanto era un acto político. Yo les expliqué a los futuros docentes que enseñar era un acto profundamente político. Ahora ¿cómo hago para desenseñar lo que enseñé? ¿Cuál es la sugerencia de lo que tengo que enseñar según estos señores?
Puedo seguir con los “que se hace” infinitamente pero justo viene mi marido y me pregunta: “¿Qué es lo que haces?” Está preocupado porque ve que me enfermo de la bronca y de la impotencia. No puedo salir del tema y me enfermo de verdad y de dolor. Esto me quita la posibilidad de disfrutar de la vida y de vivir en paz, “después de todo lo que laburamos en la vida, negra, nos merecemos vivir en paz”, me dice. Y pienso en la familia de mis alumnas, en sus maridos, en sus hijos y en sus padres. ¿Será mejor no luchar contra la fuerza del poder bruto? Nosotros no tenemos el poder de las armas y el garrote. Tampoco la posibilidad de dar o quitar trabajo a las personas.
Me costó mucho ir después de la represión a ese lugar al que hace cinco años me veo diariamente obligada a ir. Finalmente pasé el umbral trágico, y vi a mis compañeros no docentes llorando por los rincones. Vi a mis compañeras emitiendo broncas reprimidas, algunos acusándose entre sí, otros acusando a los estudiantes, otros acusando a los docentes, los docentes acusándose entre sí.

Muchos quieren ocultar lo pasó. Dicen que “el desalojo del acampe fue pacífico” en el lugar que al que defienden con uñas y dientes, omitiendo contar la paliza dada sin previo aviso, unos días antes, que presenciaron y sufrieron casi todos los estudiantes, futuros maestros en la puerta que no les interesa defender a los que quieren ocultar lo vivido. Otros pasan por el costado o cierran las ventanas para no ver. “Hagamos de cuenta que acá no pasó nada” (¿algo habrán hecho?). Como problema del vecino. Como si esto pudiera borrarse de los cuerpos y de la memoria de las personas y seguir como tal cosa. Los chicos rebeldes habrán recibido merecido castigo de los grandes adultos y así aprenderán. ¿Entonces qué hacemos? ¿Volvemos al garrote, la amenaza y al miedo, o al reconocimiento de los otros, de las potencialidades y de las posibilidades, del diálogo y de la integración?



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