Texto del filósofo y educador brasileño Paulo Freire, publicado por primera vez en el libro "Pedagogia dos sonhos possíveis"
"El ser alienado no busca un mundo auténtico. Esto provoca una nostalgia; añora otro país y lamenta haber nacido en el suyo. Tiene vergüenza de su realidad. Vive en el otro país y trata de imitarlo y se cree culto mientras menos nativo es". - Paulo Freire
Por: Paulo Freire
Creo que una de las dificultades más grandes que puede afrontar un docente con una perspectiva democrática es la de encontrarse solo. Es importante recordar que no es únicamente desde lo que se hace en el aula que podrá ayudar a sus alumnos y alumnas a reconstruir la posición que ocupan en el mundo. Es importante que sepamos que el tiempo limitado del aula representa apenas un momento en la experiencia social e individual total del alumno. El alumno despierta y tiene su primera interacción con sus padres. La socialización que él o ella recibe cotidianamente puede representar la negación del entendimiento humanista de la vida. Los alumnos pasan gran parte de su tiempo frente al televisor, viendo y vivenciando muchas formas de violencia extrema; vivencian la discriminación racial, sexual, cultural y de género —todo el tiempo— y después van a la escuela. En la mayoría de los casos las escuelas repiten los mismos patrones de socialización negativa respecto de la humanidad. Y así llegamos a la pregunta más importante: ¿qué debe hacer el docente para fomentar la reconstrucción del mundo en un sentido democrático? ¿Qué hacer? Estas preguntas funcionan como un estímulo para muchos docentes con los que hablo. Mencioné a los Estados Unidos, pero no sólo a ese país, mencioné la necesidad que tenemos como docentes de comenzar a desarrollar lo que denomino el mapa ideológico de la institución.
¿Y qué significa eso? Desarrollar un mapa ideológico de la institución significa intentar reunir en mi departamento o escuela a quienes concuerdan con mis ideas democráticas. Necesito tener una idea concreta de quiénes son mis enemigos. Necesito saber con quiénes puedo contar antes de empezar a actuar como docente democrático. Cuando trazo el mapa y sé que cuento con la solidaridad de cinco docentes y quince alumnos, por ejemplo, puedo convocar un primer encuentro para discutir, de manera muy informal, algunos pasos probables a dar hacia la democracia. Y en ese momento comenzaré a introducir algunas cuestiones respecto de mis dudas, de mis convicciones, de mis sueños. A partir de ese primer encuentro podemos empezar a explorar la posibilidad de establecer y continuar ese encuentro y esa discusión iniciales. En determinado momento es posible que los cinco docentes y los quince alumnos comiencen a organizar un plan de acción. Es probable que después de las primeras experiencias sea viable conversar sobre nuestros objetivos con otros docentes que no estén alineados totalmente con una visión negativa de la humanidad. Tal vez después de un tiempo, en vez de cinco, podamos contar con doce. Lo que no me parece posible es aislar el trabajo de los individuos, sobre todo el de aquellos que exigen trabajar críticamente rumbo al establecimiento de una democracia. En otras palabras, no se pueden realizar de manera individual demandas y exigencias de desarrollo de espacios pedagógicos que reaccionan ante la democracia «crítica y radical» como un individuo único. Eso es imposible. Es precisamente debido a su naturaleza individualista que muchos docentes —sobre todo en los Estados Unidos—, después de fallar en su tentativa individualista hacia una democracia «crítica y radical», reclaman que algunas de mis propuestas son inaplicables en el contexto norteamericano.
Por ejemplo, cuando Donaldo Macedo y yo mantenemos un diálogo, ambos nos volvemos más creativos. Esto ocurre, en parte, debido a nuestra formación como sujetos orales que no fuimos socializados exclusivamente a partir del texto escrito. Sería de veras importante e interesante que la sociedad, al alcanzar el momento gráfico —la forma escrita—, no lo transformara burocratizándolo a través de la enseñanza. En otras palabras, cuando la sociedad, que es esencialmente oral, alcanza el estado de la escritura no debería inmovilizar la oralidad burocratizándola. La oralidad exige solidaridad con el Otro. La oralidad es dialógica por naturaleza, puesto que no puede realizarse de manera individualista. Ahora bien, el desafío para las escuelas es no matar los valores solidarios que conducen al espacio democrático mediante un proceso que inmoviliza la naturaleza necesariamente dialógica de la oralidad a través de la aprehensión individualista del acto de leer y escribir. Esto es verdaderamente fundamental. En consecuencia, los alumnos que están familiarizados en extremo con la oralidad no deben jamás ser reducidos a una forma de pensamiento lineal e individualista. Paradójicamente, las escuelas hacen eso todo el tiempo: reducen a los alumnos a una forma de leer y pensar no oral y lineal. Y de ese modo esas mismas escuelas se ven frustradas por la dificultad de hacer que los estudiantes se involucren en formas dialógicas, puesto que esas formas exigen que sean resocializados en aquello que antes se mató. Esta dificultad es producto de la naturaleza mecánica del acto de leer y escribir en las sociedades consumistas modernas.
Este proceso reproduce las fuerzas antidemocráticas de las así llamadas escuelas democráticas. Esto es importante por el hecho de que, al inmovilizar el texto escrito, negamos la interrelación próxima e íntima entre la lectura de la palabra y la lectura del mundo, algo que ya discutí con anterioridad. Si consideramos que el texto escrito ofrece ambas posibilidades, no habrá oportunidad alguna de fijar la lectura del mundo en el tiempo y en el espacio porque eso significaría negar su historicidad, dado que el mundo nunca es fijo. Siempre está cambiando. Entonces, es una contradicción pensar que el mundo se toma ahistórico cuando lo escribimos. Este es un modo fundamental en que las escuelas de los Estados Unidos mantienen y expanden un sistema antidemocrático a partir de un mundo escrito e inmovilizado que, en consecuencia, desalienta a los estudiantes a pensarse como actores de la historia. El lenguaje es primera y esencialmente oral. No comenzamos por la escritura. La historia no comienza de forma escrita sino con palabras y acciones.
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